Nota: esta no es la primera vez que se escribe sobre el bar que marcó la adolescencia y juventud de nuestra generación. Hace ocho años, Antonio Fernández, a quien aprecio y admiro a partes iguales, ya escribió un texto muy entrañable en el que me inspiro para este “remake”. Si quieres leer algo bueno, de un escritor de verdad, clickando aquí puedes verlo. Y de paso, aquí puedes comprar su libro y transportarte a Inazares. Dicho esto, nos vamos al bar:
—A las nueve en el Eladio.
— Chacho, dónde vas tan temprano, si hemos quedado a las doce para el botelleo.
— El Chova y yo vamos a estar a las nueve, que juega el Madrid y lo vemos allí.
— Joder, ni me acordaba. Venga, pues allí nos vemos.
Son las nueve en punto de un sábado cualquiera. Sé que es sábado porque hay fútbol, pero bien podría ser un viernes, o la noche de cualquier día de verano. Llego al bar La Terraza. Nadie lo llama por su nombre oficial. En Bullas nos conocemos todos, y si un padre se llama Eladio y su hijo también, y son la familia que regenta el bar, mínimo ya habrá dos generaciones que lo van a llamar el bar del Eladio.
No hay nadie en las mesas de la calle; todavía es pronto. En la ventana pequeña que da a la barra desde la calle están apoyados dos parroquianos vestidos con ropa de caza. El outfit, el olor que desprenden a un par de metros y las caras rojas delatan que se les ha dado bastante mejor la tarde de post-caza en el bar.
El bar del Eladio es como una matrioshka: contiene un bar dentro del bar. O incluso podríamos llamarle un pub si nos ponemos técnicos. Al entrar desde la calle, por la puerta de madera y cristal, la sensación que nos da es la de un pasillo gigante. Un pasillo gigante que huele al bar de toda la vida, ese olor inconfundible a bar de viejos, donde todo está más bueno y es más barato que en los Gastrobar, que todavía no existen. La barra se extiende a lo largo del flanco derecho del bar; el ala izquierda la ocupan las mesas de los comensales.
Nada más entrar, detrás de la barra, me encuentro al Chema poniendo cañas con ese estilo marca de la casa, agarrado al serpentín, con un movimiento de tronco que para mí es hipnótico. Al verme, se alegra, y sinceramente yo también me alegro de verlo, y también me alegro de que se alegre. Nos chocamos los cinco y nos damos un semiabrazo con sus correspondientes golpes en la espalda por encima de la barra. Nos ha visto crecer a mí y a mis amigos. Es un pueblo pequeño, y en los pueblos empezamos a ir a los bares a los trece años, a bebernos una jarra de calimocho a medias por 2,50€. Es toda la oferta de ocio de la primera década de los 2000’s.
Como siempre, los baños están al fondo a la derecha. Al final de este pasillo, que puedes tardar unos veinte minutos en recorrer parándote a saludar a la gente que cena en las mesas, hay una puerta blanca que da al bar del Eladio que marcó a nuestra generación. El bar dentro del bar, la matrioshka:
Al entrar, la sensación al ver las paredes verdes y el cambio de iluminación es la de estar de repente en un local distinto. A la izquierda, los dos futbolines y el billar. Una barra gigante, flanqueada por taburetes y mesas altas redondas (que siempre se quedan pequeñas para la cantidad de litros vacíos que acumulamos en ellas) ocupa prácticamente todo el flanco derecho, hasta la pared del fondo, donde hay dos dianas para jugar a los dardos. Frente a la barra, la pared es blanca, por un motivo que es la razón de ser de las decenas de mesas que quedan delimitadas entre barra, futbolines y pared: poner el proyector para ver el fútbol.
Y el fútbol merece un apartado a parte en el bar del Eladio. Porque (exceptuando la última Champions del Real Madrid), somos una generación entera la que ha vivido dentro del bar del Eladio los momentos de mayor locura relacionados con el fútbol. Todavía recuerdo con cariño unos cuantos.
El penalti fallado de Raúl contra Francia en la Euro2000 es el primer recuerdo nítido que tengo en el bar, siendo un niño de 10 años.
Octavos de final del mundial 2006. España-Francia. Zidane y Ribery nos hicieron un destrozo. Fue la primera vez que montamos una charanga dentro del bar durante el partido. Recuerdo aun el cabreo del Chema, no por la eliminación de España, sino por la pena de la fiesta que estábamos montando y acabó en nada.
El “Tamudazo”, en junio de 2007. Penúltima jornada de una liga de infarto. El bar del Eladio hizo honor a su apodo del “pequeño Bernabéu”, y en los 18 segundos de locura entre el gol de Van Nistelrooy en la Romareda y el de Raúl Tamudo en el Camp Nou, muchos temimos por el mobiliario del bar. Volaron sillas, calderos de quintos (el agua llegó al techo), incluso hubieron hostias en el fragor de la celebración, que sofocamos rápidamente.
La Euro 2008 al completo. La vivimos con la charanga dentro del bar ya instaurada. Los penaltis contra Italia, el repaso a Rusia en semifinales y el ver a España ganar por primera vez un título crearon un ambiente mágico dentro del bar y una conexión de todo el pueblo que asociaba la celebración de los logros de España con el bar.
El Mundial 2010. El cierre de ciclo de la “época dorada” del bar del Eladio. De nuevo con la charanga al completo. Yo me llevo la trompeta, y nunca me falta una Budweiser fría en la mesa, era el pacto tácito. Parecía que había más expectación por la fiesta que se montaba en la puerta conforme España iba avanzando eliminatorias que por el mundial en sí. La puerta del bar del Eladio era una fiesta cada vez que España ganaba. El día que fuimos Campeones del Mundo, la puerta del bar del Eladio fue el centro neurálgico del pueblo. Se agotó la cerveza y era difícil diferenciar si lo que estaba ocurriendo ahí era o no que habían adelantado La Diana de Las Fiestas cuatro meses.
Hoy es un sábado normal, de Liga. Un Madrid-Almería, o quizá un Madrid-Getafe; un partido rutinario. El objetivo es claro, beber cerveza y llenar el estómago para que el botelleo no nos pille flojos.
Son las nueve y ya están el Chova y el Mateo engalanados para la noche, en una de las mesas altas de la barra, con un litro vacío. Joder cómo les cunde.
— Eladio, ponte otro litro que este estaba pinchao.
Bendita paciencia la que tiene con nosotros, que hacemos la misma coña del litro pinchao unas veinte veces por noche, y una noche tras otra. Como todavía es pronto, la parte de dentro, el bar dentro del bar, está casi vacío. La excepción la componemos los enfermos del Real Madrid que acudimos a cada partido como si fuera a la misa dominical. Cuando La Liga se está decidiendo incluso podemos hacer triplete y vernos en el bar el partido del Atleti, del Barça y del Madrid seguidos. Son las tardes de café y litro de las que salimos del bar unas siete u ocho horas después de entrar, y normalmente en un estado lamentable. Hoy, por suerte, solo juega el Real Madrid; lo podemos ver cenando y después directos al Parque la Mina de botelleo.
La comanda es siempre la misma: unas patatas de bolsa y unas olivas, luego unas patatas con ajo y, o bien un bocadillo Eladio, o una hamburguesa. Todo aliñado con el bote de mayonesa, que le ponemos a todo. Si la noche nos pilla en plan gourmet, pedimos un plato de oreja o una sepia, pero sin perder de vista que a esta edad el objetivo es beber cerveza.
Conforme avanza el partido, van llegando casi todos: el Javi, el Anto, el Perico, el Miguel, el Jose Antonio, el Chanchu, el Vicente y el Andrés. El Alonso y el Negro llegarán más tarde. El Chapista hoy no sale. Entre la pila de litros vacíos y los platos, ya no cabemos todos en las mesas altas de la barra, así que juntamos tres mesas de las normales y nos apiñamos todos justo delante de la pared, para ver la segunda parte, aunque el partido realmente nos interesa a tres o cuatro.
Ya son las diez y el bar del Eladio empieza a animarse.
La parte de fuera del bar, donde el Chema es el comandante en jefe, haciendo gala de su peculiar estilo de hacer la cuenta contando cabezas; está a reventar de padres (algunos nuestros), así que hay que fingir sobriedad si salimos a mear o a fumar a la puerta.
La zona de dentro ya se está llenando. Cada grupo tiene de alguna manera su rincón, su mesa, su sitio guardado de forma implícita. Aquí no hay reservas, pero todos sabemos quién va a entrar y dónde se va a poner, y le respetamos el sitio, porque hemos desarrollado de manera inconsciente un sentido de comunidad, aunque cada uno (o cada grupo) vaya a su bola.
Ya han llegado los refuerzos del Eladio en la barra de dentro: el Rafa (el Gueto) y la Jose. La Carmen libra esta noche; una que se va a ahorrar hoy de estar escuchando nuestras típicas chorradas y canciones. El Eladio pone al Rafa al día de cómo llevamos la cuenta (hay unos quince palitos ya al lado de donde pone “litro”), y para distinguirnos de las demás mesas, el Rafa anota en la parte de arriba de la hoja el apodo que decidió un día ponernos, no sabemos por qué: ORQUILLOS. Bueno, sí sabemos por qué, pero no nos gusta la comparación. Es la manera cariñosa que tienen algunos en el bar de equipararnos a los Orcos de Mordor.
Salvo para los muy madridistas, el último tercio de partido carece de interés. El futbolín ya tiene cola, el billar ya está ocupado y la diana también. El Rafa y la Jose empiezan a poner los primeros cubatas entre litro y litro; hay gente que esta noche va fuerte o está recién cobrada. No obstante, los cubatas en el Eladio están a 2,50€ y son la mejor opción de beber cubatas fuera del botelleo.
Estamos empezando a ir un poco mamados, y lo de llamarnos ORQUILLOS al final va a ser acertado. Ya estamos en el punto en que recibimos a los conocidos (ya sean muy o poco conocidos) que siguen entrando al bar con gritos y cánticos. Al Koletas, que acaba de entrar, le cantamos la canción de El Caraloco, de Narco pero con su nombre, acompañada por esa percusión artesanal característica en nosotros ejecutada a golpes sobre unas mesas donde no cabe un litro más, con el tintineo de platos, cubiertos y los propios litros. Los camareros ya están empezando a mirarnos con esa cara donde no sabes leer si les está haciendo gracia, les está dando pereza aguantar nuestras tonterías otra noche más o les preocupando cómo pueda acabar esto. Quizá sean las tres cosas.
El árbitro pita en la pantalla el final de un partido en el que nadie en el bar repara desde hace ya un rato. Dos segundos después del pitido final, empieza a sonar Los Chicos, de Andrés Calamaro en el bar; el Eladio siempre está ágil para poner música en cuanto acaba el fútbol.
Ya nadie pide cena y de manera espontánea, el bar se ha convertido en un pub. Mientras los padres de muchos cenan fuera, en la parte de dentro del bar del Eladio prácticamente toda una generación del pueblo comienza la noche, comenzando también la transición del calimocho o la cerveza al primer cubata: el calentamiento para el botelleo y los cubatas posteriores en el Polígono, el K-12 o La Quinta. El Eladio, el Rafa y la Jose no dan a basto cobrando cenas y poniendo cubatas; la música es perfecta y aquí dentro las primeras horas de la noche fluyen hablando con unos y otros. Toda la gente que nos interesa en este momento de nuestras vidas está entre esas cuatro paredes, bebiendo con nosotros. Nuestro mundo entero es ese y lo tenemos al completo al alcance de nuestra vista, ¿cómo nos vamos a sentir mal ahí dentro?
Se nos han hecho las doce y media con la tontería. Vamos al botelleo, ya con prisa, que al final nos lo van a cerrar todo y he hablado con fulanita por el Messenger esta tarde para luego tomarnos algo en el K-12.
Lo pagamos todo, que daremos por culo, pero somos gente honrada (toda la cerveza, la cena y un cubata no llega a 15€), nos despedimos de todo el mundo hasta dentro de un rato, porque todos los que estamos dentro nos vamos a volver a ver; y nos vamos. En la parte de fuera del bar, en los dominios del Chema; el Pospós, el Pedro Julián y el Amadeo cantan a coro un cumpleaños feliz que oiremos mil veces más en los próximos años, que cantaremos con ellos en alguna ocasión y que todos sabemos que termina con una caña tirada por el Chema, y que se tiene que beber de un trago. A esta hora, me podría quedar a vivir en el bar solo por contemplar el movimiento de tronco del Chema poniendo las cañas agarrado al serpentín, pero he pagado cuatro euros de botelleo, y a esta edad, ese dinero es una inversión que no te puedes permitir perder.
El que sí se queda es el Chova, que tiene claro que va a estar mejor en el bar que en la calle de botelleo, y que le acaba de coger un plátano al Chema del frutero que tienen en la barra, imagino que por si le baja potasio esta noche. Cuando volvamos del botelleo, a eso de las 2.00, seguirán aquí dentro, mano a mano, con la persiana bajada, y ahí se reenganchará a la noche con nosotros. Lo sabemos, lo respetamos y lo queremos.
Y así, otra noche más, quizá sea la número mil, salimos del bar del Eladio con otras cuantas anécdotas para recordar toda la vida. Y en verano seguiremos yendo, con el pantalón corto; y en el invierno, pues iremos con el abrigo largo; y en Carnaval iremos disfrazados; y si hay Eurocopa o Mundial, pues iremos con la camiseta de la selección, pero no fallaremos, porque sabemos que hay un momento (o varios) a la semana, donde este es nuestro sitio, donde nos esperan sin que en realidad nadie nos espere, y donde siempre podremos volver, aunque sea casi quince años después y con el local cerrado, porque, aunque la mayoría de las fotos de esos años estuvieran en el Tuenti y ya no existan; en nuestra galería individual y colectiva, en nuestro imaginario, todavía somos capaces de evocar esas noches como si se tratara del fin de semana pasado.
No nos dimos cuenta mientras ocurría, pero hicimos de las noches en el Eladio uno de los emblemas de nuestra generación y cuando algo, un recuerdo en la memoria colectiva, pertenece a toda una generación, ni los años ni las persianas bajadas son suficientes para borrarlo.
¡Larga vida a todos los que lo vivimos!
¡Qué buen recuerdo!
Que buena esa última foto, creo estar también ahí, con el David, el Riki, el Juanito, el Arsenio, el Chisco, el Juanpe, el Manu y otros tantos.
🥹😪😪😪